30 años del mayúsculo "Copper Blue" de Sugar - Mússica

2022-09-23 18:35:48 By : Ms. Justin Chan

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La motosierra. La turbina. Las guitarras-serrucho. La melodía de brillo cegador. Y esa voz reconocible, nasal, supurando urgencia pero también dulzura. La garganta de un animal herido que necesita comunicarse con el mundo, y que lo logra de la forma más directa cuando está a punto de cumplir 32 años. Su punto álgido con solo 32, aunque la década que llevaba aspirando a coronarla hiciera que nos pareciese un veterano, en unos tiempos en que pensábamos que los Rolling Stones eran carcamales cuando ni siquiera habían cumplido los cincuenta.

Por algo la ecuación ruido + melodía la había inventado él. Por algo los Pixies la habían copiado. Por algo Nirvana también la habían copiado de forma vicaria, saqueando a su vez la técnica del yo-yo de los Pixies (calma-volcán-y-calma-otra-vez) para conquistar el mercado mundial. Por algo el llamado rock alternativo, fuera lo que fuese, estaba en boca de todos. Por algo sonaba a todas horas en la MTV y se había hecho fuerte como reclamo principal en las praderas de Reading, Glastonbury o Phoenix.

Si alguien podía reclamar su paternidad, era él. Y sabía que la única forma de hacerlo (y que el público se enterase) era inventarse un nuevo grupo. Renegar de la etiqueta de solista. Porque, tal y como confesó en su extraordinaria autobiografía, See A Little Light. The Trail Of Rage and Melody (2013), nadie quiere ponerse la camiseta de un solista, pero sí la de un grupo. La gente del rock es fan de los grupos, no de los nombres individuales. Y tras la travesía de Hüsker Dü y el paréntesis del estupendo Workbook (1988) y el amargo Black Sheets Of Rain (1999), Sugar eran la coartada perfecta.

Tuve que hacer varios viajes infructuosos a mi tienda de discos de cabecera para hacerme con él. Siempre estaba agotado. Las pocas copias que llegaban, volaban. No es de extrañar. No lo tuve en vinilo hasta mediados de octubre, unas seis semanas después de ver oficialmente la luz. ¿Valió la pena la espera? Y tanto. Era el momento perfecto. Había un mercado. La simiente que él mismo había plantado retorciendo la herencia del hardcore, haciendo de Hüsker Dü la banda con más personalidad del underground yanqui de los ochenta, estaba dando sus frutos. Las multinacionales se frotaban las manos. Multinacionales como la que había prescindido de los servicios de Bob Mould dos años antes porque los discos a su nombre apenas vendían.

La producción de Lou Giordano es un prodigio: nunca la guitarra de Mould sonó más afilada y cortante, pocas veces su voz más expresiva, nunca toda su propuesta, en conjunto, mejor definida y pulida, limando sus aristas de un modo similar a como lo había hecho Greg Norton con Pixies en Doolittle (1989). El bajo hercúleo de David Barbe en “A Good Idea” avisa de que Mould está a punto de devolverle la pelota a los Pixies de “Debaser”, del mismo modo en que un año más tarde haría lo mismo con las borrascas guitarreras de My Bloody Valentine en “Gift”, tal y como me reconoció en una entrevista hace tres años.

Copper Blue (1992) es una bola incandescente rodando cuesta abajo. Una erupción. Una orgía de electricidad y melodías. Una celebración de un libro de estilo ya plenamente consumado. Un disco en el que quedarse a vivir, al menos una temporada. Desde sus catorce primeros minutos, esa trilogía formada por “The Act We Act”, “A Good Idea” y “Changes”, encadenadas y formando uno de los mejores descorches de un álbum de las últimas cuatro décadas, tres canciones aún abordadas en la misma secuencia por Mould en muchos de sus conciertos.

Hay amor, hay angustia, hay anhelo, hay luz y oscuridad, hay hasta sentido del humor, y también (que no falte) la tortuosa fiebre obsesiva con la que su autor se azota cada cierto tiempo. Están todos ahí repartidos en cada uno de sus cortes, ordenados en perfecta sucesión. Sin que sobre nada. Quien quiera saber de qué va Bob Mould, lo tiene todo ahí, excepto por esa vena electrónica (que le dio más tarde) que nunca fue su mejor registro, reconozcámoslo. Y por eso apéndice, claro, que fu el hermano bastardo y malencarado de este disco: Beaster (1993).

Este trabajo es el rasero con el que se ha medido casi toda su obra posterior. Fue disco del año en New Musical Express y cuarto mejor en Rockdelux. Y como colofón a la particular historia de redención o de saldo de cuentas con la historia protagonizada por Mould, fue comercialmente un punto y aparte y no un punto y seguido. Pronto volvió al underground. A las ventas modestas. A los conciertos para cientos.

Se puede decir que en Copper Blue (1992) hay pop y hay rock, si es que jugamos a separarlos. Si es que se pueden separar. Ardientes, dolientes, vivaces. De hecho, hay una luz que no dista tanto de la que hasta entonces habían proyectado R.E.M., quienes justo entonces ya estaban a otras cosas, con un disco cuyo único parecido con el de Sugar es que en ambos había una canción llamada “Man On The Moon”.

La de este disco fue una fórmula adictiva, sobre todo. Uno de esos trabajos que convocan el asombro conforme cada corte sucede al anterior. Que devuelve con creces el dinero y el tiempo invertidos. Y que suena igual de bien ahora que en septiembre de 1992. Sin que el azul cobrizo de su portada y su título hayan perdido propiedades.

(Foto de portada: Jeff Rougvie)

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